sábado, 23 de octubre de 2010

Cap. 1.2: Arena en los calcetines

La luz entró llenando la habitación, gracias a que Luna estaba abriendo las cortinas.
-          ¿Vienes a la playa? – preguntó cariñosamente la abuelita agradable-
-          ¿Ya han ido los demás? –dijo Irene mientras bostezaba-
-          Sí, todos excepto tu padre, que se ha peleado con tu madre y se ha ido al bar a tomarse un coñac.
Irene se puso su traje de baño y salió corriendo hacia la playa para ver si allí estaba su amor.
Salva llevaba horas despierto, se había ido a correr por la playa con Juan, MP3 en mano y con solo un bañador encima, cultivaban sus músculos sudorosos bajo el sol caliente. Cuando pasaron por tercera vez por delante  del camping vieron a Irene tumbada dorándose al sol.
-          Ve –dijo Juan sonriente-
Salva asintió, y sin decir nada, se acercó y besó la espalda caliente de Irene. Esta asustada se giró, y al ver que era Salva destensó todos sus músculos.
-          Vamos al agua –dijo salvador cogiendo a Irene en brazos y llevándola al agua-
-          Irene acabará mal – dijo en voz alta para sí misma marta la cual no simpatizaba con el chico-
Mientras, Juan entró al bar y saludó a su padre.
-          Hola papá.
-          Hola hijo –mirando al camarero- tráigame otra copa, es la quinta vez que se lo digo.
-          ¿Sigues enfadado?
-          Pues claro, el alcohol no borra la memoria, solo la hace más difusa –Rafael fruncía la frente-
-          No entiendo porque discutes tanto con mama.
-          Cosas del matrimonio hijo, cosas del matrimonio…
-          Pídele perdón, y baja del burro, no agüéis las vacaciones.
-          Ya veremos hijo…
Juan marchó directo a las duchas, y salió en toalla a decirle piropos a la vecina del frente.
-          Aunque hoy brilla menos el sol te veo más radiante Karen.
-          No está el horno para bollos Juan, deja de decir tonterías –dijo Karen mientras se sacaba la arena de los calcetines-
-          Podríamos ir juntos a ver los fuegos artificiales de esta noche.
-          No Juan, que ya voy con Silvio.
Juan deprimido entró en su habitación. No lloró porque él es un hombre, y los hombres no lloran. Pero sus ojos no decían lo mismo. Las lágrimas caían por el peso que ejercía la gravedad. Teo llamó a la puerta y al ver que entraba, Juan se secó las lágrimas a la velocidad de la luz.
-          ¿Llorabas? –dijo el abuelo-
-          No… -dijo Juan entre sollozos-
-          ¿Es por Karen?
-          Si…
-          Tranquilo, hay más chicas que peces en este mundo.
-          Si pero no como ella…
-          ¿Te he contado alguna vez como conocí a tu abuela?
-          No.
-          Pues mira –Juan levantó la mirada hacia su abuelo- Fue en Francia, en la época de la guerra, yo era muy joven, y fui exiliado porque era del bando republicano, de los rojos, como nos llamaban. Un día, bajo la torre Eiffel vi a una chica hablando español, ella era una pequeña comerciante, y fue ella quien hizo que volviera a España para poderla ver. Cuando regrese se me lanzó a los brazos. Y aquí estas tu, dale tiempo al tiempo chico.

El abuelo dejo al nieto a solas con sus pensamientos. La tarde pasó sola. Irene pasó la noche en la playa bajo la luz de los fuegos artificiales con salvador. Mientras Salva le susurraba te amo en la oreja a Irene, Rafael pedía perdón a Marta y los fuegos artificiales explotaban ensordeciendo las palabras.
En el próximo capítulo:
*Adiós, Salvador, adiós.

No hay comentarios:

Publicar un comentario